Era un lugar oscuro, húmedo, donde solo se divisaban ratas en la profunda oscuridad. Era una celda en una gran mazmorra. Pablo, que se encontraba encadenado de pies y manos recibía golpes con látigo de los carceleros, chapuzones de agua fría, y como olvidar esas golpizas que disfrutaban darle los soldados, al “gran guardabosques”…

  • No puede ser que permanezca acá por el resto de mi vida… – Se decía Pablo en sus momentos de soledad.

Un día, después de una sesión de interrogatorio, ella regresó:

  • ¡Pequeña! ¡Estás viva! Hace ya tanto tiempo que no te veía que te había dado por muerta… – Dice Pablo con la voz algo débil por los golpes que había recibido hace unas horas al divisar a la diminuta rata de ojos azules que se escudriñaba entre los ladrillos de su celda.

El pequeño animal, trepa por unas cajas que se encontraban en una esquina de la celda, acercándose al brazo del guardabosques y trepando por él acercándose a su oído. El animal, comienza a cuchichear unos sonidos que al parecer el hombre parecía interpretar perfectamente:

  • Ahora comprendo. Según lo que me dices, el momento sería esta noche. Informa a las demás. – Dice Pablo al animal.

El asunto era el siguiente: La pequeña rata visitó al prisionero uno de los primeros días en que fue llevado a la celda ya que esta era su hogar. Pablo, con su habilidad para comunicarse con los animales, en unos días se hizo amigo del animal y le pidió ayuda para su escape. La rata, que nunca había ido muy lejos de su celda, había recorrido las mazmorras para darse cuenta que eran más extensas y enredadas que una red de tuberías de alcantarillado. El sitio era por completo un laberinto, por ello, se había perdido.

En las celdas que iba revisando, fue encontrando otras ratas, las cuales ayudaron a que nuestra pequeña amiga de ojos azules formará un mapa mental de todas las instalaciones con ayuda de una red de inteligencia de los únicos animales con la capacidad de aprenderse por completo el lugar, las demás ratas. Esta gran comunidad fue dispersando la información para ayudar a encontrar una ruta de escape. Las ratas aprendieron los puntos de guardia, los horarios, los caminos despejados, trampas y cada uno de los cuartos y celdas de aquel gran lugar. Era un trabajo demasiado bueno, pero que había tomado bastante tiempo…

Una vez la información fue recopilada en el transcurso de un año, nuestra amiga solo tardó algunos días en volver a su celda. Después de todo, nuestro animal hacía paradas para comer y cuidar su propia supervivencia.

La oscuridad de la noche inundaba la celda… no había nadie alrededor… Era el momento del cambio de guardia. Si la información de su pequeña amiga era correcta, el otro guardia tardaba en llegar unos 15 minutos… Ahora, era el momento. El roedor, con ayuda de otros compañeros, había traído restos de comida en el mejor estado que habían encontrado, para dárselos al guardabosque. La rata de ojos azules, con sus patas, recibía los pedazos de pan, queso, algunos restos de vegetales para ponerlos en la boca del guardabosque. Pablo, de esta forma, recupera algo sus fuerzas:

  • Está bien, es ahora o nunca. ¡Y no pienso pasar el resto de mi vida en esta pocilga! – Dice Pablo con una voz firme y segura.

Las ratas, comenzaron a mordisquear las cadenas que ataban al prisionero. Este, a su vez, comenzó a tirar con todas sus fuerzas para desprenderse.

Las cadenas, no se movieron ni un centímetro…

“¿Es el fin? ¿No voy a poder salir de aquí? Voy a podrirme como la comida de la celda y moriré… Moriré… Así les diga todo lo que quieren saber, ellos me mataran…”

Pablo dejó de tirar. La pequeña rata de ojos azules clavó su mirada en el hombre. De repente, el animal toma impulso y de un salto cae en la mano del prisionero. Se prepara y muerde con fuerza sacando sangre de Pablo.

  • ¡Auch! – ¿Qué te pasa? Déjame en paz… – Dice Pablo al animal. Este clava de nuevo su mirada fija en los ojos del guardabosque.

Pablo sentía como el animal lo observaba. En medio de su ataque de autocompasión, decide que el animal merece una mirada de perdón, por haberlo hecho perder tanto tiempo. Pablo levanta su rostro e intercepta la mirada de la rata de ojos azules. Las palabras no salían de su boca… La rata tenía una mirada azul, profunda… Como la de él. Sin poder evitarlo, un recuerdo vino a la mente de Pablo…

Un elfo de cabellera rubia y larga, alto, orejas puntiagudas, piel blanca, y porte delgado se encontraba en el bosque con el joven humano que había encontrado. Se disponían a cruzar un pequeño río, para ello debían saltar por unas rocas y pasar al otro lado, para no mojarse y que la corriente no se llevará a ninguno de los dos. El elfo cruzó sin problemas, como danzando con elegancia a través de las piedras al compás del pasar del agua:

  • Muchacho, es tu turno, cruza el río de la misma forma que yo lo hice. – Dice el elfo al muchacho, con una voz calmada y amable.

El joven humano salta a la primera piedra y… ¡resbala! La corriente comienza a arrastrar al joven. Este comienza a gritar auxilio y a tragar agua. El elfo, sin perder mucho tiempo corre en dirección de la corriente por todo el borde del río pero nota que al paso que va, el muchacho se ahogaría antes de poder alcanzarlo.

De pronto, el elfo deja de correr… El joven se entristece y piensa que no es tan importante, que va a morir…

  • No soy fuerte, soy su servidor, hazte uno conmigo y yo me haré uno contigo – El elfo, tras pronunciar estas palabras, se rodea de un aura verde y sale disparado con la velocidad de un rayo. Corriendo a través del agua alcanza al muchacho y lo levanta con una sola mano. De un salto regresa a la orilla.

El aura se dispersa, dejando de nuevo visible el rostro del elfo. Con una sonrisa, el elfo solo pronunció estas palabras:

  • No te preocupes cuando no puedas tu solo, pide ayuda a tus amigos, ellos te darán su fuerza para lograr lo que deseas
  • Pero señor, ¿quién es su amigo ahora? Yo no veo a nadie cerca… – Pregunta el joven humano
  • La naturaleza por supuesto. Cualquiera que sea tu amigo, cuando te sientas débil, haz que sea tu fuerza, y conseguirás todo lo que quieras. Desde hoy, te llamarás Pablo. Ahora ven conmigo Pablo, tenemos un largo camino por recorrer…

“Con esa mirada llena de bondad y esos ojos azules, ese hombre dio mi nombre, y me prometí a mí mismo nunca ser débil de nuevo, por él…” – Pensó Pablo en ese momento.

Volviendo de sus recuerdos, Pablo, con los ojos azules del animal, recordando las palabras de su maestro, pronuncia en voz baja:

  • No soy fuerte, soy su servidor, hazte uno conmigo y yo me hare uno contigo – Dirigiendo su mirada hacia la rata, pronuncia las mismas palabras que el elfo en aquel entonces.

Al instante no pasó nada… Pablo seguía con su mirada fija en el roedor. De pronto, un aura azul comienza a emanar del animal, y de los demás roedores que se encontraban mordiendo las cadenas. Pablo lleno de una fuerza que no era suya, tira con todas sus fuerzas y de un estruendo desprende las cadenas que retenían sus manos y pies cayendo arrodillado y liberado.

  • Ja…. Ja ja ja ja… ¡Funcionó! Gracias, maestro… Gracias, amigos… – Dice Pablo un poco sin aliento…

Tras el estruendo, el soldado del cambio siente curiosidad por lo que haya pasado, por lo que acelera el paso y llega un poco antes de lo previsto. Abre la puerta y al encontrar a un hombre rodeado de ratas:

  • Por un demonio… ¿Qué está pasando aquí? – Exclama sorprendido el guardia.

Pablo, aprovechando la sorpresa del guardia y la fuerza que tenía por el momento, salta del suelo, tomando del cuello al guardia, corta su respiración y lo noquea… El aura azul finalmente se despeja, dejando de nuevo solo a Pablo, con una nueva habilidad. Las ratas habían quedado cansadas por dejar que el guardabosque usara su fuerza, por lo que se retiraron de nuevo a través de las hendiduras de los ladrillos de la celda.

Pablo, se quita sus ropas harapientas y se coloca el uniforme del soldado:

  • Amiga, ¿quieres venir conmigo? Haz sido de gran ayuda, ven y conocemos el mundo juntos. – Dice Pablo con una voz dulce al roedor.

El animal, tras estas palabras, da un salto de alegría y sube a la mano extendida del guardabosque, para refugiarse en el bolsillo derecho del uniforme de soldado.

  • Muy bien, llegó el día. Nos vamos que aquí…