“¿Cuánto tiempo llevo aquí? No lo sé… Solo soy un hombre olvidado por el tiempo… ¿Alguna vez fui alguien? Tal vez… Recuerdo que era un guerrero… Sí, yo era un guerrero, pero… ¿Qué pasó? Ah, ahora no soy nadie… Solo soy un hombre, a lo mejor, no me puedo ni llamar hombre, estoy olvidado, en un hueco sin luz y sin tiempo. Esto no se puede llamar vida…” – Decía el prisionero para sí mismo.
La celda era un lugar húmedo y oscuro. De pronto, la puerta del cuarto se abrió y entró un soldado.
- ¿No fue suficiente con la golpiza de hace un momento? ¿Aún quieres más? ¡No te he dicho que no sé nada! – Grita el prisionero al uniformado guardia.
- Este es el lugar, ¿no? ¿Felipe, eres tú? – Dice el soldado con una voz familiar.
- Claro, ahora me dirás qué te preocupas por mí. ¿Qué más se te antoja? ¿Preguntar por mi esposa e hijos antes de golpearme de nuevo? – Contesta Felipe con ironía en su voz.
- ¿Tienes esposa e hijos? – Pregunta el soldado.
- ¡Claro que no! Pero si los tuviera, estarían preocupados por mí.
- Bueno, si tienes suficientes energías para discutir, estás bien para caminar.
El soldado desenfunda una espada que traía en el traje y la dirige contra Felipe.
- Bueno… Igual a esto ya no se le puede llamar vida… – Dice Felipe mientras cierra sus ojos para recibir el golpe de la espada en su cuerpo.
Solo se escuchó el golpe de la espada con las cadenas. Felipe sintió como fue liberado de las esposas que lo ataban de la pared.
- No estoy muy acostumbrado a usar estos juguetes… Pero funcionó bien… –Dice el soldado.
- ¡Qué demonios!, ¿Por qué me ayudas? – Dice Felipe desconcertado.
- Definitivamente tu memoria no está muy bien – Dice el soldado mientras se quita el casco que cubría su rostro.
- Un momento… Yo te conozco… ¿Pablo? ¿De verdad eres tú?
- Ja ja, bueno, después de todo sabes reconocer a un viejo amigo. – contesta Pablo con un tono de voz alegre.
- ¿Amigo? ¡Cómo me dices eso si has estado con los soldados todo este tiempo!
- No seas tonto. Logré escapar de mi celda y gracias a mi amiga pude encontrar tu celda. Ahora, no podemos perder más tiempo. Necesito que vengas conmigo y actúes como prisionero. – Dice Pablo mientras se coloca de nuevo el casco.
Felipe sale delante de Pablo caminando, de tal forma que parece que fuera escoltado por el soldado.
Mientras caminaban, Felipe pregunta:
- ¿Y dónde está tu amiga que permitió mi rescate?
- Justo aquí – contesta Pablo mientras señalaba su bolsillo.
Felipe observa detenidamente para ver como una pequeña rata de ojos azules se asomaba.
- Genial, ahora las ratas me salvan… de seguro debo estar aún colgado en esa celda y me desmayé por los golpes.
La rata se volvió a esconder en el bolsillo de Pablo.
- ¿Lo ves? Ahora heriste sus sentimientos. Discúlpate con ella y agradécele por ayudarme a rescatarte – Dice Pablo con una voz seria.
- ¿No hablarás en serio? – Contesta Felipe
Pablo detiene su caminar.
- Rayos… Está bien. Rata, lo siento… Uhm… Gracias por ayudarme. – Dice Felipe mientras mira al suelo.
La pequeña rata se asoma de nuevo al bolsillo del traje de Pablo.
- Muy bien. Ahora que todos estamos juntos, ¿podrías decirme si viste a una bella mujer con orejas largas? ¿Una elfa tal vez? En una celda similar a la nuestra… – dice Pablo mientras se dirige a la pequeña rata.
Felipe observaba como la rata parecía decirle algo a Pablo. De pronto, Pablo comienza un paso seguro.
- Ella la vio. No hay tiempo que perder – Decía Pablo mientras avanzaba su camino junto con Felipe.
Después de caminar un rato, con una voz tímida, Felipe pregunta a Pablo:
-
¿Podrías contarme qué pasó? La verdad, no lo recuerdo. Solo tengo memoria desde que Ana y Diana partieron en mi caballo. Después de eso, no recuerdo nada… solo recuerdo la celda y las golpizas donde me interrogaban por algo que no sé…
-
Lo siento, respecto al interrogatorio, te lo explicaré luego y te pido disculpas. Y bueno, lo que pasó fue lo siguiente: – Contestó Pablo antes de comenzar a narrar lo sucedido mientras caminaban…